Veo aquello que despierta...
Veo aquello que despierta y poco a poco abro los ojos.
Ya no está la ciudad que me albergaba,
ni siquiera los antiguos escombros de mi infancia.
Hay esto que surge a expensas del vocablo,
la tierra que queda luego del holocausto y el silencio:
este suelo húmedo, impreciso, donde seguir en viaje,
este sueño necesario para entrelazar mis pasos a otro destino.
Por tanto tiempo he sentido el desarraigo, los golpes de un exilio
cayendo sobre mis propios hombros como si en ello radicara mi origen,
¡y no haber comprendido entonces por quienes hablaba!
¿Será ésta la hora del ocaso y la búsqueda?
He desandado dolores al fuego de unas voces
y he aceptado las sucesivas cruces en el lugar de la sobreviviente;
ya no soy la casa que habito, ni los muebles, ni las ropas...
apenas entreabro los ojos, descubro mis días poblados de seres.
En la claridad, resuenan pájaros, campos o riberas,
montañas y valles, el ímpetu del mar o los ríos,
o el ritmo invisible de calles o barrios urbanos:
éste es el mapa donde se arraigan los rostros queridos;
territorio de afectos que fundan mi hogar.
Ahora amanezco desnuda de oscuridades ante los vientos,
ignorante del rumbo donde se desplegará mi horizonte.
Vengo de aquello que despierta hacia los surcos de mi historia;
no soy sino aquello que despierta y se hace viviente desde la luz.
Ya no está la ciudad que me albergaba,
ni siquiera los antiguos escombros de mi infancia.
Hay esto que surge a expensas del vocablo,
la tierra que queda luego del holocausto y el silencio:
este suelo húmedo, impreciso, donde seguir en viaje,
este sueño necesario para entrelazar mis pasos a otro destino.
Por tanto tiempo he sentido el desarraigo, los golpes de un exilio
cayendo sobre mis propios hombros como si en ello radicara mi origen,
¡y no haber comprendido entonces por quienes hablaba!
¿Será ésta la hora del ocaso y la búsqueda?
He desandado dolores al fuego de unas voces
y he aceptado las sucesivas cruces en el lugar de la sobreviviente;
ya no soy la casa que habito, ni los muebles, ni las ropas...
apenas entreabro los ojos, descubro mis días poblados de seres.
En la claridad, resuenan pájaros, campos o riberas,
montañas y valles, el ímpetu del mar o los ríos,
o el ritmo invisible de calles o barrios urbanos:
éste es el mapa donde se arraigan los rostros queridos;
territorio de afectos que fundan mi hogar.
Ahora amanezco desnuda de oscuridades ante los vientos,
ignorante del rumbo donde se desplegará mi horizonte.
Vengo de aquello que despierta hacia los surcos de mi historia;
no soy sino aquello que despierta y se hace viviente desde la luz.
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